Perfiles: Manuel García-Pelayo y Alonso



Si vamos a hablar de  política y de los Estudios políticos, es necesario hablar de una figura clave para el desarrollo de esta disciplina en Venezuela.  Me refiero al Doctor Manuel García-Pelayo y Alonso.  Quien crearía el Instituto de Estudios Político en el año 1958 y posteriormente en 1973 se fundaría Escuela de Estudios Políticos. Pero no adelantemos la historia, veamos un resumen de la biografía de la vida del personaje, que se encuentra en  la página de la Real academia de Historia  



Corrales del Vino (Zamora), 23.5.1909 – Caracas (Venezuela), 25.2.1991. Profesor de Derecho Constitucional, presidente del Tribunal Constitucional.

Estudió Derecho, tras cursar los estudios de segunda enseñanza en el instituto de Zamora en 1927, como alumno “no oficial” en la Universidad Central de Madrid, instalándose en la Residencia de Estudiantes.

En  la Residencia de Estudiantes obtuvo  la posibilidad de “abrir horizontes intelectuales quizá imposibles de lograr sin ella y consolidó mi actitud liberal ante las cosas, independientemente de cualquier posición o militancia política... en unas pautas y formas de comportamiento distintas de las habituales y orientadas a la actualización de una España posible, que la experiencia reveló imposible”. Y como para la mayor parte de los intelectuales de aquel momento, Ortega y su obra eran un importantísimo punto de referencia.

Aparte de Ortega y Gasset, García-Pelayo  se iniciaría en la lectura de obras de Marx, Trotsky, Lenin, bolcheviques como Bujarin, Zinóviev y Radek, así como acercándose al conocimiento del fascismo, en los escritos de Gentile, Panunzio y Rocco.

Durante los años de la Segunda República fueron relevantes para él. Durante ellos publicó sus primeros trabajos en la Nueva España o en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, mientras era nombrado profesor ayudante de clases prácticas de la Facultad de Derecho, y comenzaba a trabajar en el Centro de Estudios Históricos. En 1934 se doctoró con una tesis sobre la teoría del tiranicidio de la segunda Escolástica española, colaborando con la Asociación Francisco de Vitoria y ampliando sus estudios, gracias a la Junta de Ampliación de Estudios, en las Universidades de Viena y Berlín en los dos años siguientes. Sus principales objetivos de entonces eran estudiar Filosofía del Derecho y Teoría del Estado.

Kelsen, Carl Schmitt, Lorenz von Stein, fueron algunos de los autores que captaronsu interés en aquel tiempo de formación, aunque serían los textos tempranos de Marx los que supusieron un mayor descubrimiento; sin olvidar su atención también por el pensamiento contrarrevolucionario del vienés Othmar Spann.

Ya para finales de 1935, se incorporó a la cátedra de Filosofía del Derecho de Madrid, sustituyendo a su titular, el profesor Recasens Siches hasta finales de ese curso académico. Durante la Guerra Civil, García- Pelayo —que había pasado una temporada en Berlín a fin de preparar su lección magistral para unos concursos de oposiciones a celebrarse en otoño de 1936—, se incorporó al ejército popular, alcanzando el grado de jefe de Estado Mayor de división, siendo condecorado con la Medalla al Valor. Al finalizar la Guerra Civil, sufriría, no obstante, como tantos españoles del bando republicano, su internamiento en diferentes campos de concentración (Albatera y Porta Coeli) y distintas cárceles (Gandía y Madrid). “Una coyuntura histórica —recordaba García-Pelayo— en la que coexistían la tremenda irracionalidad global con las rigurosas racionalidades instrumentales para objetivos definidos, animadas ellas mismas por motivaciones irracionales”.

Ya en libertad, alrededor de 1942,  para poder cubrir sus necesidades, comenzó a impartir clases particulares; en 1945 inició la publicación de algunos artículos de revista; y, entre 1948 y 1951, dirigió también varios seminarios, a instancias del profesor Javier Conde, director, entonces, del Instituto de Estudios Políticos, “una de esas células de libertad tolerada que el régimen franquista permitía y financiaba”. Un tiempo en el que apareció su primer libro de entidad, El Imperio británico, mientras emprendía sus colaboraciones en la Revista de Estudios Políticos o Moneda y Crédito, por más que su publicación más sobresaliente es la de su Derecho Constitucional Comparado en 1950. En el Instituto de Estudios Políticos, había acercado a sus alumnos a las obras de autores tan prestigiosos, y por cierto poco conocidos en la España del momento, como —además del apuntado Lorenz von Stein—, Gierke, Carlyle, Kern, etc., dirigiendo seminarios sobre el pensamiento jurídico-político medieval o el pensamiento político francés de la segunda mitad del siglo xvi.

En 1951, se exiliaría en Argentina, donde comenzó a trabajar en un primer momento en una empresa privada eléctrica, gracias a las gestiones personales del profesor Jesús Prados Arrarte, para luego compaginar tal actividad con la impartición de algunos cursos y seminarios en el Instituto de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

En aquellos primeros años en América —donde permanecería tres décadas— abordó el estudio del Derecho Constitucional y las complejas y polivalentes relaciones entre el Estado y la Sociedad. Se sintió así atraído por los trabajos de los fisiócratas, la obra de Hegel, y nuevamente por Schmitt y von Stein, Robert von Mohl, Hermann Heller, G. Lukáks; pero, por encima de todos, por Max Weber, “el autor que más me impresionó en esta época”. En este período, destaca la publicación, como se ha anticipado, de su obra maestra, Derecho constitucional comparado, que ha contribuido de manera tan destacada a la formación de los constitucionalistas. Es un libro estructurado en dos partes. La primera es un Tratado de Derecho Político, con una atención especial a la Teoría de la Constitución. La segunda examina los regímenes políticos de Reino Unido, Estados Unidos, Francia, Suiza y Unión Soviética. Volviéndose así un libro imprescindible para muchos.

Para el año 1954 se fue a San Juan de Puerto Rico, contratado por la Universidad de Río Piedras, donde tuvo su primer contacto con la Ciencia Política estadounidense dando clases en la Facultad de Ciencias Sociales, de cuyo departamento fue nombrado director.

Destaca aquella por ser una época centrada en los estudios de los mundos ideológicos y de las estructuras políticas fundamentadas en representaciones mito-simbólicas, y en las que colaboró además continuadamente en la Revista de Ciencias Sociales. Durante aquellos se vio cautivado por  las  lecturas de las obras de Jung, Mircea Eliade y Cassirer.

Los frutos serían importantes. A saber: la publicación de un ensayo sobre La transfiguración del poder, de un estudio sobre Federico II de Suabia y el nacimiento del Estado moderno y de su libro titulado El reino de Dios, arquetipo político.

Alrededor de 1958 viajó ya a Venezuela, donde la Universidad Central, que le había encargado la organización de un Instituto de Estudios Políticos, adscrito a la Facultad de Derecho, le nombró director hasta su jubilación en 1979, haciéndose también cargo de los cursos de Doctorado. Un tiempo, para García-Pelayo, especialmente fructífero, toda vez que fundó y dirigió revistas como Documentos y Politeia, mientras auspiciaba la publicación de colecciones varias como Antologías del Pensamiento Político, Clásicos Políticos, Textos y Documentos, Historia de las Formas Políticas, Cuadernos del Instituto de Estudios Políticos, etc.

El año de 1965 tuvo como mayor novedad su estancia en Madrid. Un año más tarde, en 1966, la Revista de Occidente le encargó la dirección de su prestigiosa sección de “Política y Sociología”, mientras su querida Universidad Central de Caracas le nombró doctor honoris causa. Un reconocimiento internacional que, desde entonces, no pararía, tras la invitación recibida en los años de 1971 y 1974, para impartir distintos cursos en la Universidad Autónoma de México.

Fueron los años donde se acercó además a otras reflexiones e influencias, como las de Parsons y Toynbee.

1979 sería un año  clave para Manuel García-Pelayo, toda vez que abandonó la dirección del Instituto de Estudios Políticos de Caracas, para asentarse de forma estable en España, mientras era designado miembro correspondiente del Instituto de Derecho Constitucional de la Universidad de la Plata. El año de 1980, fue, sin duda, un momento de obligada referencia, al ser nombrado magistrado del Tribunal Constitucional, y posteriormente presidente de dicha institución, cargo en el que sería reelegido en 1983. El 13 de enero de 1981, fue elegido académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, pero no presentó su discurso en el plazo fijado por los Estatutos y se declaró vacante la plaza el 13 de junio de 1989.

En 1985 fue investido doctor honoris causa por la Universidad Nacional Autónoma de México, y un año después, en 1986, por las Universidades de Salamanca, Buenos Aires y Puerto Rico. Un momento, no obstante, triste, tras su renuncia en 1986 a la presidencia del Tribunal Constitucional. Que le llevaría de nuevo  a Caracas, donde conoció su nombramiento como profesor honoris causa por la Universidad de Barcelona. En la capital venezolana falleció el 25 de febrero de 1991. Un año antes había recibido la Medalla al Mérito Constitucional.

Durante su vida, el profesor García-Pelayo cultivó, por lo tanto, el análisis de diferentes materias que de una u otra forma se relacionan con el ejercicio del poder político en su conexión con el derecho, la tecnología, la burocracia, la dicotomía mitos/logos, la sociología, la historia y la teoría política. Sus tendencias intelectuales, según él mismo confiesa, se podrían sintetizar en los siguientes puntos: no haber pertenecido nunca a ninguna escuela específica, ni haberse dedicado permanentemente a un tema solo. Su principal guía de estudio era, por otra parte, su infatigable curiosidad intelectual que, cuando estimaba satisfecha, le llevaba a la inmediata investigación de otras interrogantes; pero alejado, eso sí y siempre, de la figura del intelectual comprometido, pues, según sus palabras, “en la práctica se ha mostrado como el intelectual alienado, con frecuencia arrepentido, y cuyo resultado ha sido la pérdida de auctoritas de la que gozó en tiempos no tan lejanos”.

Lo dicho, sin embargo, no era incompatible con su sensibilidad por los problemas de nuestra época.
Abierto a distintas perspectivas, y constantemente dispuesto a reconsiderar sus posiciones, huyó de lo que él mismo denominaba la novomanía. Estimaba así García-Pelayo, dentro de su plural y rico pensamiento, que “la realidad no sólo está compuesta por momentos irracionales y racionales, que la combinación de racionalidades parciales puede generar una realidad objetiva dominada en su conjunto por la irracionalidad, sólo neutralizable por una dirección política ponderada y capaz de trascender al pragmatismo de los objetivos inmediatos”.

El pensamiento de García-Pelayo combina por ello la historia y la teoría política; cree en la vinculación esencial entre el pensamiento político y el devenir histórico; se siente atraído por las categorías de Schmitt y Max Weber para la comprensión de la realidad política; refrenda la decidida apuesta por el pensamiento racional; y postula la convicción en la trascendencia y en la autonomía de lo político.

De la misma manera que otros profesores de su generación, García-Pelayo se alejó decididamente de pretender dar una respuesta global y exhaustiva a toda la materia entendida como constitucional en el sentido tradicionalmente esgrimido por el enciclopedismo absorbente e ilimitado desde un punto de vista conceptual del maestro.

 García-Pelayo es, pues, uno de los más brillante juristas de la España de la segunda mitad del siglo xx.

Una obra, la suya, centrada prioritariamente, en la Teoría del Estado y el Derecho Constitucional, aunque cultivó asimismo otras disciplinas cercanas, como la Historia de las Ideas Políticas y la Ciencia Política.

Se ocupó no sólo de la que podría denominarse estructura jurídica del Estado, sino también de lo relativo a la limitación del poder político, o sea, a los límites a la misma idea de libertad de la persona. Su profunda honestidad intelectual le acarreó, en todo caso, no pocos sinsabores a lo largo de su dilatada y fructífera vida profesional.

 Bibliografía

  • Derecho constitucional. 5ª ed. Madrid: Manuales de la Revista de Occidente, 1959
  • El Reino de Dios. Arquetipo político. Madrid: Revista de Occidente, 1959
  • Ideología e iconología. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1963
  • Del mito y de la razón en la historia del pensamiento político. Madrid: Revista de Occidente, 1968
  • Auctoritas. Caracas: Universidad Central de Venezuela, Facultad de Derecho, 1969
  • Las funciones de los parlamentos bicamerales. Caracas: Ediciones del Congreso de la República, 1971
  • Ciencia política': introducción elemental a la teoría general de sistemas. Caracas: s.n., 1975
  • El estado social y sus implicaciones. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1975
  • La estratificación social de los países desarrollados. Caracas: Universidad Central de Venezuela, Facultad de Derecho, 1975
  • Las culturas del libro. Caracas: Monte Ávila, 1976
  • Los mitos políticos. Madrid: Alianza Editorial, 1981
  • Idea de la política y otros escritos. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1983
  • Derecho constitucional comparado. 4ª ed. Madrid: Alianza, 1984
  • Burocracia y tecnocracia y otros escritos. Madrid: Alianza, 1984
  • Las transformaciones del Estado contemporáneo. 2ª ed. Madrid: Alianza, 1985
  • El estado de partidos. Madrid: Editorial Alianza, 1986
  • Las formas políticas en el antiguo Oriente. Caracas: Monte Ávila, 1993
  • Obras completas. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales, 1993. 3 v.
  • Federico II de Suabia y el nacimiento del Estado moderno. Caracas: Fundación García Pelayo, 1994





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